Era finales de marzo y algo en mi interior me anunciaba que se me acercaba una nueva época. No era la primera vez que tenía ese cúmulo de sensaciones y sabía, por desgracia, que tampoco sería la última.
El primer episodio aconteció hace unos quince años. La mirada se me tornaba brillante, la nariz se me volvía más sensible, la cabeza me daba como vueltas, a la vez que todo en mi interior se trastocaba dando paso a veces a un cambio incluso en mi carácter, muy difícil de disimular ante la gente del entorno.
Con mis más allegados no tenía que reprimir nada, pudiendo dar rienda suelta a mis impulsos temporales. Sin embargo, en el trabajo y sobre todo si tenía alguna reunión de las consideradas como importantes, disimular lo que me acontecía se fue convirtiendo en una tarea francamente dificultosa. Siempre había alguien que me preguntaba por lo que parecía un malestar sin aparentemente un diagnostico claro. Siempre había alguien que sabía cómo solucionar lo que, ya algunos días, me quitaba el sueño: no comas queso, ni chocolate, olvídate del café, no vayas al monte……y un largo etcétera de prohibiciones seguidas de otra lista de recomendaciones: bebe leche, vete a la playa, haz yoga, acupuntura, acude a osteopatía….
Los episodios se fueron repitiendo periódicamente y decidí acudir al médico de familia, en busca de una solución que aún no había encontrado, a pesar de los buenos consejos de mi gente querida.
Frente a la doctora fui detallando exhaustivamente los síntomas. Parecía que el diagnostico no llevaba a error, pero había que hacer las pruebas pertinentes. Acabé con un volante entre las manos, con anotación de enfermo preferente, para acudir a un especialista del hospital más próximo.
Ya en la sala de espera comprobé que había bastantes personas con la misma sintomatología. Cuando me tocó el turno, todo fue una secuencia de pinchazos y a esperar.
¡Ya tenía diagnostico! ¿Tendría tratamiento? ¿Se habrían acabado mis malestares ocasionales?
Por fin ya no necesitaba un calendario para saber que empezaba la primavera. El hinchazón en el brazo, al de tres minutos de la enfermera pinchar y justo al lado de la notación marcada con las siglas GR, mezcladas con otras como AC y otras combinaciones binarias en letras mayúsculas de nuestro alfabeto, fue la prueba definitiva de mi enfermedad:
¡SOY ALERGICA AL POLEN DE LAS GRAMINEAS!
Esas hierbecillas que alegran los campos en esta época, sobre todo cuando viene precedida de un invierno lluvioso como este año. Afortunadamente para días con síntomas como picor de ojos, moqueo continuo, dolor de cabeza, estornudos persistentes……el tratamiento es una pastilla con productos antihistamínicos y a desear que termine la primavera.
Lo de que la primavera la sangre altera en mi caso se ha convertido en realidad.
COMENTARIOS:
Alicia: Este fin de semana he encontrado una flor que no me produce alergía, es la escultura "LOREA" (FLOR en euskera) que se encuentra en la exposición temporal de Chillida-Leku.
Maribel : Si cuando yo digo que la primavera es puñetera... Pues nada, tendrás que quedarte en casita y no pisar el campo, jeje (cosa que me extraña que tú hagas).
O siempre puedes deleitarte con flores como ésta de Chillida, y sin vacuna.
Un abrazo y que te sea leve. . Comentario por Aster el marzo 24, 2009 a las 5:06pm Borrar comentario Si es que se acostumbra un@ a vivir en el asfalto y luego pasa lo que pasa.
Besos; tómatelo con paciencia.
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