16 de octubre de 2009
Me gusta ir a la Termibús de Bilbao. Sin embargo de todas las ocasiones prefiero las que implican reencuentros. Las despedidas aunque, sean hasta un futuro muy próximo, siempre me dejan cómo si me arrancasen algo. Me cuesta recuperar el tono en las terminales y en las estaciones cuando acompaño a alguien. No lo puedo evitar.
La termibus es un mestizaje del mundo. Se cruzan mil historias anónimas y no todas, por desgracia, con previsión de final feliz.
Lo mejor las llegada. Lo peor no son las despedidas Son los que no tienen a dónde ir y se instalan para ver pasar la vida con esas miradas profundas y perdidas. Viajan con la imaginación mientras permanecen inmóviles por no perder el único asiento por el qué no tienen que pagar billete.
jueves, 8 de julio de 2010
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