7 DE JUNIO DE 2009
Por fin había llegado el momento de descubrir el secreto que llevaba forjándose y escondido durante cuatro meses. Llevaban casi toda una vida compartiendo su amistad. Esperaba que lo que le iba a entregar no empañase ese vínculo que las había unido en la adolescencia.
Se conocieron en el instituto, cuando empezaron el bachillerato. Del grupo de amigas que formaron cuadrilla, sólo ellas dos siguieron una unión que jamás nadie rompería. Compartieron encantos y desencantos, alegrías y penas, amores y desamores además de un sinfín de inolvidables experiencias acontecidas a lo largo de casi toda una vida.
Había quedado una tarde preciosa. Eran sobre las cuatro de la tarde. Se dirigió al salón y tomando el teléfono inalámbrico marco el número de su amiga Isabel. Cuando su amiga contestó al otro lado del teléfono: ¿Un café? La respuesta fue afirmativa. No hacía mucho que se habían visto, pero no le extrañó la llamada. Quedaban muy a menudo. Sería a las cinco, en la terraza al aire libre del bar El Siglo. Próximo a la ría, posteriormente darían un paseo por el gran muelle de hierro que acaba en el faro, guardián de tantos secretos de juventud de ambas.
Llegaron casi al mismo tiempo, la terraza estaba repleta de gente, se notaba que acababa de comenzar el fin de semana. En el parque de al lado, la chiquillería disfrutando con sus juegos mientras sus padres plácidamente charlaban. Se vació una mesa y se sentaron. En un lado de la misma depositó una bolsa que parecía contener un libro.
Tras unas primeras palabras de Isabel, enfermera veterana, sobre su estado de ánimo y sobre las condiciones de trabajo en el hospital, cada vez más precarias por recortes presupuestarios debido a la crisis, se decidió a desvelarle cuál era principalmente el motivo de la cita.
Sacó de la bolsa un libro, en cuyo título aparecía “ATMOSFERAS 100 relatos para el mundo” y se lo ofreció a su amiga Isabel por la página 67. Aparecía un relato con título “Bouquet de rosas”. Mostrando cara de desconcierto y a pesar de no entender nada Isabel comenzó a leer. Su amiga no dejó de mirarle al rostro, la mirada de Isabel se fue alegrando y el gesto de la cara denotó una sonrisa que delataba el haber reconocido el pasaje del relato que estaba leyendo y del que ella misma era la protagonista. Sin hacer ningún inciso terminó de leer el relato. Levantó la vista del libro y dirigió una mirada de curiosidad a su amiga, autora del relato que acababa de leer, cómo pidiendo explicación y sin dejarle contestar añadió con tono de sorpresa ¡Eres un baúl de sorpresas! ¡Espero que me cuentes con detalle la historia de este libro!
Terminado el café, fueron paseando hasta el faro. La historia que iba a escuchar sería larga.
En la mano de Isabel el libro con una dedicatoria cariñosa de su amiga en agradecimiento por tantos años de amistad incondicional.
La amistad, si no se demuestra, es como escribir un relato para que no lo lea nadie.
M.Carmen: Lo mejor de esto, que llevamos acabo en esta etapa, de nuestras vidas, es la gratificación personal que nos aporta.
Es importante lo que estamos aprendiendo, la satisfacción que te da escribir un pequeño relato, para que otros lo lean. El alma tiene muchas cosas que decir y esta tarea nos ayuda, lo sé por propia experiencia. Es una maravillosa terapia.
Por si fuera poco, nos permite hacer unos pequeños regalos, desde el corazón, a todas las personas que nos ha acompañado en nuestra singladura por la vida.
Imagino la cara de Isabel, estará entusiasmada.
Un abrazo.
Aster: Ojalá, chicas, que llueva -que siga lloviendo- café.
Un abrazo.
domingo, 13 de junio de 2010
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